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Para explicar los orígenes de la parroquia de Loiola hay que mirar hacia «la metrópoli», hacia Donostia. Tras el derribo de las murallas, que aprisionaban la Ciudad -año 1864- San Sebastián experimentó un extraordinario desarrollo, a través de sus distintos ensanches. De los 2.600 habitantes con que contaba en 1813 se pasó a los 33.732, en 1887. De estos, unos 4.000 correspondían al nuevo barrio de Gros, y tierras sobre las que dejaba notar su influencia.

Al tener el barrio de Gros tal número de habitantes se creyó necesario que contara con parroquia propia. Así, en 1883 se creó la Parroquia de San Ignacio. Su primer asiento fue una capilla en la vieja casa de Misericordia. Catorce años más tarde construyeron el hermoso templo que hoy podemos contemplar.

En lo que a nosotros nos interesa haremos constar que se le dotó de una enorme extensión. Abarcaba desde la desembocadura del Urumea, llegando hasta el barrio de Loiola, limitando al Norte con la Parroquia de San Marcial de Altza, por lo que, Loiola quedó englobada en la parroquia de San Ignacio.

D. Auspicio Otaegui, que era párroco de San Ignacio, desde 1927, se dio cuenta de la necesidad de erigir, en el barrio de Loiola, dentro de su demarcación, una nueva iglesia, pues ya existían en la zona más de 4.000 habitantes. La Parroquia de San Ignacio contaba por aquellos años con 30.000 fieles.

Fue D. Alvaro Caro, Conde de Torrubia, con domicilio en el número cinco del paseo de las Fueros de la Capital, quién con fecha 21 de enero de 1935, solicitó licencia para construir la iglesia. La causa que expone es la siguiente: «Que el populoso barrio de Loyola sentía la necesidad de una iglesia, donde sus católicos moradores puedan cumplir con sus preceptos en ella, con más comodidad que lo hacían hasta ahora, bien acudiendo a la iglesia de Zorroaga, a la Capilla de «Cristobaldegui», a la Parroquia de San Ignacio o a la de los nuevos Cuarteles, cerrada desde el advenimiento de la República, lugares distantes todos ellos de Loyola».

Con suma celeridad, a los diez días, el 31 de enero les contesta la comisión de Obras del Ayuntamiento aprobando el proyecto de construcción.

El asunto iba sobre ruedas, a los tres días de concedérseles la licencia para el comienzo de las obras, se procedió al acto simbólico de la colocación de la primera piedra. Era el día 3 de febrero de 1935.

A los dos años y medio ya estaba construida la iglesia. Se fijó la fecha de su inauguración para el día 22 de agosto de 1937.

Se hizo cargo de la nueva iglesia el coadjutor de San Ignacio D. Francisco Berrotarán. Sabemos que para estar más cerca de los fieles trasladó su vivienda a los locales anejos a la iglesia.

Pero la iglesia de Loiola estaba, en cierto modo, incompleta. Por no ser parroquia no se podían administrar en ella algunos sacramentos. Por ejemplo el Bautismo, el que nos abre las puertas de la iglesia, o el del Matrimonio que santifica el amor de los padres, o los actos con que se despiden a seres queridos hasta el encuentro en la otra vida.

La jerarquía eclesiástica atenta a los perjuicios que causaban estas deficiencias inició el proceso de erección de la nueva parroquia del Sagrado Corazón en el barrio de Loiola.

El Expediente de división de San Ignacio partió de la misma parroquia, como resultado de que ésta había experimentado un notable aumento de población (…). Al final decide: «DECRETAMOS, que a partir del día 19 de marzo de 1949, día de San José, dividimos el territorio de la Parroquia de San Ignacio desmembrando la parte que abajo se describe».

La nueva Parroquia tendrá por título el Sagrado Corazón de Jesús, y como sede la iglesia actual. Contará con 3 .081 fieles y estará servida por un párroco y dos coadjutores.

D. José Elgarresta fue el primer párroco. Fue él quien puso los primeros cimientos a la comunidad parroquial, seguido posteriormente por Fernando Sesé, ambos acompañados por el coadjutor D. Francisco Querejeta, quienes en aquellos primeros tiempos de la parroquia impulsaron de manera especial la catequesis, liturgia, y la devoción popular.

D. Luis Mª Galarraga, a quién acompañaron diversos coadjutores fue el que desde la parroquia impulsó una acción social más destacada en favor del conjunto de Loiola, y de la estructuración material de la parroquia.

Pero el tiempo no transcurre en vano, siempre cobra, inexorable, su factura. Al cabo de cincuenta años se habían producido serios deterioros en aquella iglesia que, con tanto entusiasmo, habían inaugurado en 1937.

Todo este movimiento [de reforma del templo] tuvo su origen en una visita pastoral y de revisión, realizada en los años 1981, 1982 y 1983.

Las reformas implicaban la ampliación de la nave central del templo mediante la construcción de un «coro perimetral» que rodeará toda la iglesia y al que se accederá por sendas escaleras, sitas en mitad de la nave. El proyecto incluyó la construcción de una Capilla para la celebración en ella de la misa diaria y celebraciones de pequeños grupos.

La zona principal incluyó una renovación total. En ella se integran el altar, una sencilla ara cúbica, «El ambón de la palabra»; desde el cual se anuncia la palabra y la fuente bautismal.»

(Tomado del libro “Memoria y Futuro. Historia de una comunidad cristiana”).

Fruto de aquella reforma es la iglesia que actualmente acoge a la comunidad cristiana de Loiola.

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